febrero 17, 2017 | No hay comentarios |
“El lunes empiezo a salir a correr todos los días”. “Después del verano comienzo la dieta”. “Mañana a la mañana hago el informe”. Seguro varias veces escuchaste –o hasta dijiste- estas frases típicas de procrastinadores. Llega el lunes y el procastinador sigue en el sofá mirando tele; termina el verano y la alimentación no se vuelve más saludable; llega el mediodía, la tarde y el informe no está listo. Postergar una tarea o actividad es algo que a todos nos puede pasar, pero hay personas que lo convierten en un hábito y viven corriendo detrás de los plazos o sin llegar a concretar jamás eso que desean, por la comodidad de no hacer el esfuerzo. A ellos les dedicamos este artículo. El tiempo de cambiar es AHORA.
La procrastinación es el acto de aplazar una actividad o situación que se debe atender, sea algo que estamos obligados a hacer (estudiar para un examen) o un proyecto que queramos empezar pero que implica cierto esfuerzo (por ejemplo, comenzar a hacer deporte).
Las personas que tienen como hábito la procrastinación siempre optan por la gratificación instantánea de la distracción o el descanso en vez de ocuparse de lo que deben –y muchas veces, quieren- hacer. Un ejemplo que quizás te suene familiar: en vez de sentarse a leer el material de la tesis, miran 178 videos en YouTube, empiezan a ordenar el ropero, o deciden que es el momento de probar una receta nueva. Dejan pasar el tiempo prometiéndose que “en media hora” encararán esa tarea, pero la media hora se convierte en “lo hago mañana”.
De pronto, se acerca el día de entrega de la tesis, y en general suceden dos cosas: se dedican 48 horas sin dormir a hacer un trabajo apurado y de mala calidad –o, al menos, muy por debajo de lo que se podría haber logrado con más tiempo-; o se abandona la misión y se decide dejar la entrega para el próximo periodo –procrastinando nuevamente-.
La persona queda con una sensación de culpa, frustración e irresponsabilidad. Lo peor es que esos momentos de distracción y gratificación instantánea ni siquiera son plenamente disfrutados, porque están cargados del estrés de que hay una tarea que cumplir y la culpabilidad de que se está destinando el tiempo al ocio cuando se debería estar ocupando de las tareas pendientes. Y además, aunque las tareas obligatorias al final se terminen realizando a las apuradas, en el caso de las actividades proyectadas que queremos hacer (empezar un curso, ir al gimnasio), nunca se empiezan, porque no tenemos un plazo límite.
Primero, dejar algo claro: el motivo de la procrastinación no es la falta de tiempo. Es un problema de no saber ordenar las prioridades, de no dedicar energía a lo realmente importante. La gratificación no inmediata –que vendría después de completar esa actividad pendiente- sucumbe ante la idea de que el esfuerzo es demasiado. Lo que se necesita para dejar de procrastinar es cambiar ese foco y reordenar las prioridades. En dos palabras: PLANEAR y HACER.
Parte 1: Planear
La planificación no es algo que le cueste al procrastinador. De hecho, vive planeando cosas, pero de un modo que las convierte en irrealizables. Los objetivos del procrastinador son vagos (“voy a bajar de peso”), utópicos (“voy a ser el mejor diseñador del mundo”) o se incluyen en una lista infinita y desordenada de cosas para hacer. Es una planificación destinada a la futura procrastinador.
Para planificar cosas realizables, es importante:
– Elegir UN objetivo primordial de la lista. ¿Cuál es tu primera prioridad para concretar este mes? ¿Aprender a nadar? ¿Una limpieza profunda del escritorio? ¿Un curso online de diseño web? Es muy difícil para un procrastinador comenzar todo en el mismo momento. Seleccioná lo que más desees hacer y enfocá tu energía a eso. Lo demás puede esperar (terminaría esperando de todos modos).
– Desglosar ese objetivo en pequeños items, alcanzables. Aprender a nadar no es una actividad que se concrete de una vez. Pero si escribís todo lo que debés hacer para alcanzarlo (consultar distintos clubes cercanos, comprar traje de baño y gorra, inscribirme en el club, empezar el martes a las 8:00), paso a paso lo irás incorporando.
– Ponerte plazos. Muchas veces la motivación a hacer llega cuando vemos que el plazo se nos termina. Ese “pánico” de la falta de tiempo puede activarte en tareas obligatorias, pero no en cosas que querés hacer. Por eso, ponerse plazos para cumplir las distintas tareas que te llevarán a aprender a nadar (por ejemplo, anotarse en la agenda “ir al club del barrio a anotarme el miércoles a las 17:30″) puede darte la motivación para dejar de imaginar y empezar a hacer.
Parte 2: Hacer
Lista la planificación. Ya tenemos objetivos concretables, ahora ataquemos el Talón de Aquiles del procrastinador: la inacción. En la mente, hacer cosas es algo muy fácil. Pero en la realidad, comenzar una actividad nueva, por más placentera que sea, implica cambiar la situación actual, algo que al procrastinador le cuesta mucho. ¿Cómo empezar a hacer y que esa lista de objetivos no quede en la nada? Algunos tips:
– Mentalizarmos en que lo podemos hacer. El procrastinador se dice un relato a sí mismo que repite una y otra vez: “voy a dejar esto para después, y lo voy a terminar en el último minuto, porque siempre lo hago”. Es lo que ha incorporado a nivel inconsciente. Lo primero es romper con esa historia, y decirse a uno mismo: “lo voy a concretar, soy capaz de hacerlo”.
– Dejar de hacer ya mismo lo que estás haciendo y enfocarte en lo que importa: Ese documental sobre la historia del ballet húngaro puede esperar, pero la entrega de tu tesis no. Todos tenemos la capacidad racional de decidir: es tan simple como en un segundo, aquí y ahora, apagar el documental –o cualquier tarea no productiva que estemos haciendo- y prender la compu para redactar el capítulo 1.
– Hacer lo más difícil primero. Si por ejemplo, debemos escribir tres informes para mañana, es mejor empezar por el más largo. Al completarlo tendremos motivación extra para hacer los informes más breves de manera más rápida. Si consumimos de entrada energía en tareas más sencillas, cuando debamos encarar la gran tarea del día no tendremos tanta concentración ni ganas.
– Pedir ayuda a nuestros amigos. A veces lo que necesita el procrastinador es la exigencia y motivación de otros para poder concretar lo que viene dejando pendiente. Tener un amigo o familiar que nos pregunte cada día cómo nos fue en la piscina –o mejor, que nos acompañe- es un método que da el impulso extra que no encontramos en nosotros mismos.
– Alejar las distracciones: Apagar el celular, mantenerse lejos de la tele e incluso desconectar Internet pueden ser tácticas positivas que permitan la concentración.
– Anotarnos recordatorios que podamos ver siempre: Es bueno visualizar lo que nos queda por delante para que no se nos “olvide”. Una pared llena de post-its puede significar una lista llena de cosas realizadas.
– Conciencia plena: Si bien es bueno tener en mente nuestros objetivos y lo libres que nos sentiremos cuando finalmente hayamos dado ese examen, por ejemplo, es importante estar en el aquí y ahora para realmente disfrutar el proceso y poder dar lo mejor de nosotros mismos. Y así sucede que encontramos la gratificación instantánea en la propia tarea tarea que tanto pateábamos. Muchas veces entramos en estado de flujo creativo y no podemos dejarla hasta que la terminemos; incluso logrando algo mucho mejor que lo que nos habíamos propuesto.
Cuando al fin terminamos esa tarea pendiente, llega el tiempo de ocio realmente ganado, la gratificación no instantánea que podemos disfrutar sin remordimientos ni tareas postergadas. Ahora sí, el documental de ballet húngaro te espera sin prisas.