octubre 28, 2016 | 1 comentario |
Todos tenemos días tristes. Pero como la tristeza muchas veces se ve como algo pasajero, relativo a las situaciones emocionales del momento, en general no se le presta demasiada atención ni se la considera un problema grave. Y sin embargo, puede ser un síntoma de una de las enfermedades psíquicas más extendidas en el mundo y la que más discapacidad laboral genera: la depresión.
Este trastorno afecta todas las dimensiones de la vida de la persona, y tiene una particular incidencia en el trabajo. Un trabajador deprimido ve afectada su productividad, su compromiso, sus actitudes y vínculos en general, impactando en todo el equipo tanto a nivel de clima laboral como de desempeño. Pero sobre todo, estamos ante una persona que padece un trastorno de salud del cual, sin el apoyo y el tratamiento adecuados, no podrá salir adelante.
El primer paso para ayudar a una persona con depresión es detectar que padece la enfermedad para que pueda ser diagnosticada y tratada como tal. Uno de los mayores problemas para combatir la depresión es, justamente, que los diagnósticos se realizan con retraso (en algunos casos pueden tardar años antes de buscar ayuda). Por eso hay que estar muy atentos a los síntomas, que en general son más complejos que el llanto.
Mientras que la tristeza como estado de ánimo es pasajera y está asociada a causas puntuales, en la depresión la tristeza es cotidiana y le quita a la persona la capacidad de experimentar cualquier placer (lo que se denomina “anhedonia”), de interactuar con otras personas, de expresar emociones o de brindar afecto (ya que además se siente baja autoestima). El desgano es tal que llegan al punto de no querer hacer las cosas más sencillas ni levantarse de la cama.
En el ámbito laboral, esto se traduce a un aumento de llegadas tarde e inasistencias, menos participación en actividades sociales, poca comunicación con los compañeros y un menor rendimiento en las tareas.
Incluso cuando la persona no se muestre triste, la depresión se puede estar manifestando en una tendencia a la agresividad, el enojo, el mal humor y la insensibilidad. Hay que estar alertas en el trabajo cuando una persona empieza a ser conflictiva, contestar de mala manera sin motivos o irritarse fácilmente.
Las personas con depresión sufren irregularidades en el sueño (ya sea por insomnio o por dormir en exceso); y también optan por una mala alimentación (compulsión a alimentos no saludables por ansiedad; o falta de apetito y disminución del peso).
Ambos factores, sea por falta o exceso, derivan en falta de energía y cansancio constante, y eso baja enormemente la productividad de la persona. Además de los problemas físicos derivados de los hábitos no saludables, a lo cual se suman los riesgos del sedentarismo por el desgano general.
Muchos pacientes somatizan la depresión en la forma de dolores físico: jaquecas, dolores de espalda y lumbares, problemas digestivos, sensación de nudo en la garganta, dolor en el pecho y hasta taquicardias. Incluso hay veces en que estos síntomas aparecen sin que los síntomas psicológicos sean tan pronunciados (y por eso se hace más complejo el diagnóstico).
Cuando un trabajador llama con frecuencia para avisar que está enfermo, y esas afecciones parecen no responder a un tratamiento, podemos estar ante un caso de depresión.
Cuando un trabajador en una empresa tiene depresión, se presenta un complejo problema para los empleadores: por un lado, hay una persona que necesita ayuda para salir de una situación dolorosa; por otro, la productividad y los resultados de la organización deben continuar.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que, en la mayoría de los casos, la persona enferma no va a venir a pedir ayuda (sea porque no se considera enferma, por el estigma social en torno a la depresión, por vergüenza o por la apatía profunda que le genera el propio trastorno). Es desde la empresa que hay que acercarse, no intentando hacer un diagnóstico médico ni “disciplinar” al trabajador, sino mostrando preocupación tanto por su bienestar personal como por su desempeño laboral. “¿Hay algo que podamos hacer para ayudarte?” es una buena pregunta para abrir el diálogo.
El tratamiento de una persona con depresión es un largo camino, pero iniciarlo es dar un paso enorme para terminar con la enfermedad. Durante el proceso de recuperación, el paciente aprende a tratar mejor con sus síntomas, lo cual le permite manejarse mejor en el ámbito laboral y empezar a reincorporar su desempeño habitual.
La empresa puede contribuir a ese proceso de sanación promoviendo un clima de apoyo y comprensión. Es importante que el trabajador se sienta en un entorno humano en el que pueda confiar, y que tenga a quien acudir en los días más difíciles de su tratamiento. A nivel de desempeño, es mucho más positivo proponer soluciones (como un horario más flexible o reasignación de tareas) que ser más exigentes. Y siempre recordar que la depresión es una enfermedad lícita, y no una “falla” de carácter como se la suele abordar.
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